¡Hola chicas!
Hoy os traigo un post muy especial para mi, ya que se trata de la
boda de una amiga que encima tuve la suerte de que me eligiera para
maquillarla. Hemos oído muchas veces decir a las
novias que su enlace va a ser diferente y, al asistir, darnos cuenta que es igual que todas ¿verdad? Pues aquí tenéis la excepción, en este caso sí fue diferente, muy personal, íntima y de esas dignas de recordar a lo largo de los años.
La
estética de la novia estaba inspirada en los
años 50 y esos
vestidos midi de corte princesa (seguro que a muchas se os viene a la cabeza
Audrey Hepburn al leer esto, ¡a mi la primera!). El encaje del vestido era blanco con toques champán, haciéndolo muy elegante y romántico a la par. Todo el
look tenía que ir en consonancia y, por supuesto, el
maquillaje no podía ser menos.
Patricia (así se llama la novia) es una chica sencilla y
muy natural, así que en su gran día quería
destacar sus rasgos más bonitos sin sentirse disfrazada. Por ello, los
tonos marrones eran el mejor complemento para destacar su mirada, introduciendo unos pequeños
toques de dorado y un punto
jugoso que diese un aire
naif a su mirada.
Me gusta destacar mucho las
pestañas y pocas veces recurro a las extensiones, así que en este caso aproveché su largura natural para darles volumen y hacer la
mirada más abierta y descansada. He de decir que cuando se trabaja sobre una buena base y, además, te dan libertad para hacer lo que quieras, es siempre mucho más fácil conseguir un resultado perfecto.
Para las
mejillas me decanté un
tono amelocotonado para subir un poco el rubor natural de su piel. Por último, maquille sus
labios con un rosa a
toquecitos con los dedos para darle un aspecto más jugoso, ya sabéis, como de
boca un poco mordida. Aquí os dejo algunas imágenes del proceso y del resultado y ¡espero que las disfrutéis tanto como yo trabajando ese día!
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